XISMA. Licenciado en Medicina

Por Benjamín Alexis Garavito Linares*

Al finalizar la Guerra de los Mil días en Colombia, el país estaba devastado económicamente, y mucho más en su ánimo colectivo; moralmente se puede entender como carente, dividido más allá de lo político y, evidentemente, cercenado por aquello del istmo.

Una nueva alianza bipartidista entre azules y rojos llevó al empresario antioqueño Carlos E. Restrepo a la presidencia de la República en 1910, y permitió en orden de importancia, estimar en la salud pública una oportunidad de modernización, con la ayuda de la iglesia y la aparición de un sinónimo conveniente que quedó relacionado hasta nuestros días, referido a los “pobres”, como representantes de la atención “social”, propiciando inversiones desde el estado para negocios a mayor escala, local y a nivel mundial, cuestión muy liberal, por cierto.

Así apareció la Junta General de Beneficencia, donde su altruismo era indiscutible, pero el fondo del asunto, un tanto vulnerable de ser utilizado como instrumento para mantener la pobreza, con la cual su existencia institucional estaría garantizada.

Un joven muy inquieto y huérfano, al cuidado de uno de sus hermanos mayores, quien ejercía como sacerdote salesiano, ya veterano y barrigón, lo disciplinó en las buenas costumbres y a la usanza de la nueva época republicana, conservadora y hegemónica.

La inmensa casa donde la Universidad Nacional de Colombia enseñaba por aquel entonces la Medicina como licenciatura -actual edificio de tres plantas donde está destacado el Batallón de Policía Militar en la Avenida Caracas con calle décima, en Bogotá-, había servido transitoriamente como hospital durante la guerra de los tres años y ahora, 20 años después, sus salones, sótanos con oscuridad tenebrosa de morgue y amplio patio interior y exterior, eran la facultad de medicina, por excelencia, de aquellos días.

Al finalizar sus estudios e iniciar una familia, el nuevo licenciado en Medicina, entendiendo y con la inspiración de prestar un verdadero servicio a sus semejantes, se estableció en uno de los pueblos alejados de la capital, entre dos y hasta tres días a caballo por el camino de herradura, que despuntaba hacia los cerros orientales y se adentraba entre cordilleras silenciosas, heladas y soleadas en los veranos del medio año, intransitables en invierno.

La casa del pueblo estaba ubicada en el marco de la plaza y de frente; a su siniestra, la colonial y menuda iglesia con una única y media torre; la propiedad que rodeaba y anexaba la casa de Dios, había sido adquirida el 29 de septiembre de 1880 por su padre, cuando fuimos los Estados Unidos de Colombia, oportunidad perdida de una soberanía y ascendencia, que otras naciones lograron consolidar en el siglo XIX.

Cuarenta y dos años después, luego de la partida de sus siete hermanos mayores, algunos fallecidos, y los menores que eran seis, y que habían decidido alejarse del terruño paterno, él había quedado a cargo e iniciado una descendencia con una esposa joven y su pequeño hijo de brazos. Los programas de la innovadora salud pública, las beneficencias y las guías espirituales desde la iglesia, en los siguientes 10 años, de esa primera posguerra, pandemia de la peste española en Europa y reconstrucción económica y anímica mundial, donde los aliados fueron triunfadores, imprimió una mayor desigualdad en muchos órdenes.

Luego de cada ciclo crítico, los más poderosos, ricos y cercanos a Dios, privilegiadamente en su nombre, mejoraron su condición; además de las entidades benefactoras. A los pueblos lejanos, así fuera a tres días de camino desde la capital, en ese entonces, sus frágiles instituciones, sus gobernantes burócratas y hasta los curas, se mantenían indemnes, más no sus gobernados, agobiados, olvidados y hasta ignorados.

Luego de 18 años y con una motivación casi mística hacia las ciencias, el estudio permanente, la vocación y convicción en su profesión, el joven médico del pueblo, ya con siete hijos más y acompañando sigilosamente el acontecer de un siglo XX convulsionado, al iniciarse una segunda gran guerra, a pesar de todas las rogativas de negociar diplomáticamente, ya lo cual era un hecho, como también peligrosamente se conocía del liderazgo de una especie de superhombre en Alemania, a quien todos en occidente no dudaban en señalar como un enviado del mismo satanás, cuestión última omitida históricamente por el Papa Pio XII.

Precisamente desde la nación germánica, casi ininterrumpidamente llegaron muchos vademécum provenientes de los laboratorios Merck, a ese pueblo olvidado al oriente de Bogotá, con los cuales se fundamentó y laboriosamente se diseñaron fórmulas magistrales, que al paso de los años cada vez fueron más efectivas y útiles para quienes más necesitaban de estas medicinas, alejadas de presupuestos estatales, benefactores o cleros.

Fue una verdadera revolución científica, silenciosa, heroica y reconocida en su tiempo y en las siguientes décadas, hasta en los años recientes por los gratos recuerdos y emotivas citas, que los mayores de hoy hacen, al referirse a él, cómo el ‘médico de los pobres’, a quienes, no cobraba por su consulta, o por su diagnóstico o por su medicina que, además de aliviar sus dolencias físicas, en una conversación cordial, les recomendaba y convencía de no claudicar en el ánimo, y mucho menos en la certeza del resultado positivo con el tratamiento.

“Mire usted”, les decía a sus pacientes, “¡la mayoría de los males y dolencias están en su mente!, pero con la ayuda del medicamento, también tendrá mejoría”. Como en la canción de Piero: “Es que creció con el siglo, con tranvía y vino tinto”, y también, “Ahora ya caminas lento, como perdonando el viento”, lo cual recuerdo como en un sueño reciente. Para finalizar con un legado inmenso para mí, y que me es grato compartirlo con quienes leen estas líneas: todos los días, sin falta, está Juan Bautista Benjamín Garavito Amézquita, en mi mente y en mi corazón. ¡Feliz día de cumpleaños 122 donde estés, Papá!

Cofundador y Director Ejecutivo de XUA ENERGY. bgaravito@xuaenergy.org|www.xuaenergy.org

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